El ajedrez es la disciplina de las dudas. La incertidumbre mantiene alerta a los jugadores. Los hace minuciosos al punto de analizar cada uno de los movimientos realizados en la cuadrícula blanquinegra. ¿Predicen el futuro? Quizá suene loco e imposible, pero es el objetivo. Cada participante quiere interpretar a la cabeza que está en frente; saber cómo son los pensamientos del adversario. ¿Los movimientos son determinados? Sí. Cada pieza tiene una función específica: los peones se mueven hacia delante de casilla en casilla; los alfiles, en diagonal; los caballos realizan una “L”; las torres cuentan con un desplazamiento indefinido de manera vertical y horizontal… La lista podría continuar con el rey y la reina, las dos piezas más valiosas del juego. Todos con funciones naturales e innatas. Pero, también existen jugadores que no respetan las reglas y deciden innovar. Uno de esos casos es el de Diego Flores, la cabeza de San Martín.
Aunque parezcan dispares, las analogías entre el ajedrez y el fútbol existen. El tablero es el rectángulo verde delimitado con líneas de cal. Los entrenadores son quiénes distribuyen a las piezas. No son 16, pero son 11 con características distintas. El arquero representa el último bastión de la caída del equipo; las torres podrían mimetizarse con los laterales; mientras que los alfiles son los extremos encargados de desbordar… Pero, en el “santo”, los experimentos no faltaron.
No es que Flores montó un laboratorio en el complejo “Natalio Mirkin”. Para nada. Pero, en reiteradas ocasiones, el DT rompió con la lógica y probó a los jugadores fuera de su hábitat natural. Es decir, sin cumplir con la función con la que se formaron. Algunas apuestas surtieron efectos; otras no. La primera del torneo fue la posición de Mauro Verón. El delantero comenzó la temporada como extremo. Una tarea que había experimentado con Pablo Frontini, pero en la que nunca terminó de cuajar. Claro; el burruyacuense nació como centro delantero. Sin embargo, la gota que colmó el vaso sucedió en un amistoso frente a Central Norte, cuando lo colocó como “3”.
Tiago Peñalba tampoco se salvó de los cambios. El juvenil debutó como lateral derecho –a la espera de la puesta a punto de Gonzalo Bettini-, una posición que le costó demasiado en el duelo frente a Gimnasia de Jujuy en la fecha 1. No solo por la categoría, sino porque el recorrido de las bandas no es una característica de su juego y fue reemplazado por Axel Bordón, que jugó poco y nada en la temporada (60’ en tres partidos). Todo esto deja en claro que el salteño mostró su mejor nivel como zaguero central. Claro; tanto con Juan Orellana como con Agustín Dattola se mostró como una opción a seguir. Incluso, marcó un gol por medio del juego aéreo.
La apuesta de Iván Molinas como extremo fue de mayor a menor. El misionero parecía adaptarse a los planes de Flores: marcó un gol en la victoria frente a Maipú en la fecha 2. Pero, poco a poco, fue pinchándose. No encontró el desequilibrio necesario. Tampoco se conectó con Juan Cuevas ni fue determinante en la ofensiva. Si seguimos con el paralelismo ajedrecístico, no “comió” ninguna pieza del rival y, por ende, no destacó.
Nahuel Banegas también fue parte de los ensayos de Flores, que distribuyó sus minutos en dos funciones: lateral y volante. En la primera, el jugador de Tigre logró imprimirle profundidad al sector izquierdo; mientras que en la segunda nunca terminó de consolidarse. Es más, parecía haber perdido la importancia que lo había caracterizado en el certamen.
Guillermo Ferracuti y Diego Mastrángelo también fueron reconvertidos. El ex Gimnasia de La Plata nació como defensor central, aunque la mayoría de minutos que jugó fue como lateral izquierdo. Así, alternó entre buenas y malas actuaciones, aunque sin destacar por la escasa vocación ofensiva de su perfil.
El ex Maipú, en tanto, llegó para competir el puesto con Banegas. Pero, fueron pocas las ocasiones en la que se lo vio en el lateral. Claro; Flores lo utilizó como un recambio para la zaga y cumplió. Supo adaptarse a las necesidades de los momentos en los que ingresó y no desentonó en la posición.
La falta de extremos fue un déficit que el DT no pudo suplir. La situación lo obligó a experimentar con Juan Cuevas en dicha posición. El ex Everton de Chile tenía en su historial dicha función, aunque llegaba como la principal referencia creativa del equipo. A priori, era el único jugador que tendría la capacidad de moverse hacia cualquier lugar sin restricciones de casilleros. De este modo, la limitación a jugar por la banda derecha provocó que quede sin demasiado protagonismo. Asimismo, el ex Gimnasia no pudo desequilibrar ni gravitar.
Tampoco puede pasarse por alto a Nicolás Moreno, que aprovechó al máximo los minutos en cancha. “Chuny” demostró la capacidad de adaptación necesaria, aunque solo apareció en los segundos tiempos. La última innovación fue la aparición de Ulises Vera como lateral derecho. El juvenil sorprendió. No solo por las capacidades de clausurar el carril, sino por el gran aporte ofensivo que mostró desde su lugar. Así, empezó a ganar consideración del entrenador.
De este modo, Flores intentó adaptar a los jugadores al esquema. Por momentos, la apuesta dio resultados transitorios y todavía no logró plasmar una idea contundente. No aprovechó la valentía de los peones y, por momentos, dejó desprotegido al rey. Tampoco cimentó una estrategia clara con destellos ofensivos y las atajadas de Darío Sand como última defensa. Más allá de ello, la partida de Flores no terminó y deberá estar atento para dar el “jaque mate” definitivo.